DE LA NATURALEZA DE LAS COSAS Breve introducción a la obra etnográfica de Lisandro Alvarado


Lisandro Alvarado

A manera de introducción

El conocimiento etnográfico se basa en hechos descriptivos, por tanto, ha estado presente desde la antigüedad y durante procesos históricos precisos como el descubrimiento y la posterior conquista de “nuevos mundos”, para la cultura occidental. Estas gestas pautaron importantes interrogantes y reflexiones que ameritaron la descripción y clasificación de todo aquello que se encontraba o descubría.

 

La(s) ciencia(s) como hoy la conocemos inicia(n) su etapa germinal durante la segunda modernización del siglo XIX, 1870 – 1908 (Freites, 1996). Un conjunto de hombres alentados por un caleidoscopio de intereses intelectuales irrumpió con una diversidad de temas tratados al unísono, como la literatura, la historia, la geografía y las ciencias naturales (e.g., botánica, zoología, geología) o adentrándose, en las diferentes vertientes de las ciencias del hombre como la etnografía, lingüística, folklore o el puntilloso estudio craneométrico de los restos óseos humanos.

 

Esta etapa iluminada por el conocimiento estuvo marcada en nuestro país por un momento de cierta estabilidad social y política: los quince años del ejercicio directo del poder de Antonio Guzmán Blanco (el Septenio 1870-1878; el Quinquenio 1879-1884 y la Aclamación Nacional, apenas desplegada entre 1886-1887) o por la interposición (bienal) de Francisco Linares Alcántara (entre 1877 y 1878) y Joaquín Crespo (entre 1884 y 1886); y una relativa bonanza económica sustentada por el resurgimiento de los precios del café en el mercado internacional. Estas coyunturas, apuntalaron un ensayo de proyecto modernizador, organizador y secularizador de la sociedad venezolana y el país (Pino Iturrieta, 1994).

 

Estas particularidades incidieron de manera tangencial sobre los llamados precursores de la antropología venezolana, la subsecuente expansión de la educación y la transformación de los contenidos tradicionales de la enseñanza universitaria. Se comienza a entender a la antropología en el marco de “la producción académica, las actividades docentes, la generación de tópicos para debates y los programas aplicados realizados por antropólogos venezolanos o extranjeros…” (Arvelo-Jiménez y Biord-Castillo, 1990) apoyada en un grupo de notables intelectuales que transitaron por el acercamiento a las raíces indígenas de la nación.

 

En el año de 1874, son creadas las cátedras de Historia Natural y de Historia Universal en la Universidad de Caracas. Regentadas, respectivamente, por Adolfo Ernst (1832-1899), hasta su deceso, y Rafael Villavicencio (1838-1920). Ambas, llegarán a constituirse en centros de difusión de dos paradigmas, el evolucionismo de Charles Darwin y el positivismo basado en la sociología científica promovida por Auguste Comte (1798-1857) y Henri de Saint-Simon (1760-1825). Ernst, con una genuina curiosidad casi humboldtiana, se extiende a todo lo largo de las ciencias naturales sin excluir a la antropología. Su enseñanza, partía de dos supuestos, el formal con la vigencia del método científico experimental y el material, el apego al principio universal de la evolución de todos los seres vivos por adaptación al medio (Cappelletti, 1994:41)

 

Paralelamente, Lisandro Alvarado (1858-1929), doctor en ciencias médicas y con una arraigada vocación de autodidacta e investigador, va a desenvolverse como naturalista (botánico), historiador, etnólogo, criminólogo y lingüista (filólogo siendo tal vez, la figura más universal y significativa en el horizonte intelectual de la Venezuela finisecular y de los inicios del XX (Cappelletti, 1994:73).

 

La Etnografía Patria. La naturaleza de un programa de trabajo.

La obra “Datos Etnográficos de Venezuela” (1era. edición 1945; tomo IV, Obras Completas de Lisandro Alvarado, 1956) que de acuerdo a Vargas Arenas (1998:90), tiene como punto cardinal, la ponderación y comparación de los datos aportados por las fuentes históricas; sistematizados y analizados desde la perspectiva etnológica de su tiempo. Es incluso posible, establecer cierta comunidad entre la coherente y exhaustiva exposición de datos en Alvarado y los textos de valor instrumental o metodológico como Notes and Queries on Anthropology (Vargas Arenas, 1998:90) este último, publicado por primera vez en 1874 por la sección H de la Asociación Británica para el Progreso de la Ciencia o en otros caso, con el vasto “Primitive Culture: Researches into the Development of Mythology, Philosophy Religion, Language, Art, and Custom” (1871) y su versión divulgativa y traducida de “Antropología. Introducción al estudio del hombre y de la civilización” (1912) de Edward Burnett Tylor (1832-1917). Un etnólogo evolucionista (Lowie, 1974; Mercier, 1977), presente en la bibliografía consultada y citada por Alvarado (1945; 1956).  

 

El escrutinio pormenorizado de los cronistas coloniales o de otros autores, precedentes o coetáneos que investigaron las culturas indígenas antiguas y contemporáneas hasta el momento de la redacción de la publicación de “Datos etnográficos de Venezuela” comprendido de alguna manera en papeles anteriores como “Etnografía”, publicado en los Anales de la Universidad Central de Venezuela (1930: 103-129)fue una clara y tangible exposición del aparato crítico y apego positivo al dato directo, minucioso y bien documentado de L. Alvarado(Acosta Saignes, 1956).

 

En el artículo “Etnografía” (1930: 103, L. Alvarado dice: “Un medio centenar de tribus autóctonas existen aún en el territorio venezolano, y la mayor parte de ellas ocupan más o menos los propios lugares donde fueron encontradas por los conquistadores españoles del siglo XVI. Este apego al suelo, a la montaña, a la llanura, al paisaje, al cielo, a las fuentes de la vida y satisfacción, es en suma lo que solemos llamar en lenguaje político y un si es no es poético, la patria; y es claro que este concepto, así ennoblecido, puede ser alegado por el indígena en su más moderno sentido llegada que sea la ocasión, con tanto derecho como creería tenerlo un hombre civilizado. Oponiendo ahora el concepto de civilización al de barbarie, conviene examinar primero este último para bien juzgar de aquél”.

 

En “Etnografía patria. Notas e ideas”, trabajo publicado originalmente en dos números de El Cojo Ilustrado de 1917 (1956: 369-391). Vamos a hallar, de alguna manera, algunos de los antecedentes sustantivos del párrafo aludido y la explícita manifestación de un programa de trabajo. Con el cual, abordar el “estudio objetivo y minucioso de los elementos que a nuestro alcance tengamos…” (Alvarado, 1956: 374). Proponiendo, a su vez, el acopio en “tres órdenes de elementos”. A saber, los que se derivan de la antropología física; el estudio osteométrico y craneométrico de los esqueletos humanos. Manifestando, sobre éstos, su alcance general e imposibilidad de trazar los límites entre grupos o naciones. Un segundo orden, son los proporcionados por la investigación arqueológica o etnográfica, el estudio de los artefactos (armas, utensilios, adornos, sarcófagos, quisquenmodingos [sic] o montículos, ídolos) o todo aquello que permita revelar el paso de las sociedades humanas sobre el planeta. Y por último, los aportes de la filología comparada, con mayor precisión lexicografía o etnolexicografía en términos actuales, en la elaboración y compendio de vocabularios de lenguas vivas o muertas.       

 

Todos éstos órdenes de datos más los viajes de exploración (el trabajo de campo); serán el soporte de un “programa fundamental de Etnografía patria” en las propias palabras de Alvarado. Un ideal que abarca tanto el trabajo de gabinete como un plan de exploraciones y excavaciones en distintos lugares del país y la formación de “vocabularios y elementos gramaticales de lenguas que aún se hablan en el país”. Dejando entrever el necesario apoyo del gobierno nacional para llevar a cabo tal empresa y a su importancia para el incremento de las colecciones del Museo Nacional, aún permanecía la vetusta institución de A. Ernst; no sin antes manifestar el enriquecimiento de acervos europeos a expensas de la pérdida de nuestro patrimonio cultural.         

 

Artefactos prehistóricos; trabajo de campo y datos etnográficos 

De acuerdo al programa de Etnografía patria, uno de los órdenes de elementos es el de armas, utensilios o adornos. Ya en el pasado, en el año de 1912, había publicado “Objetos prehistóricos de Venezuela” en la Revista Técnica del Ministerio de Obras Públicas (1956: 427-436). Más allá del valor descriptivo o formal de un abigarrado conjunto de artefactos líticos o de concha de moluscos, particularmente placas aladas, y de su posible uso. Alvarado manifiesta la relevancia de éstos como indicadores de antiguos cultos de pueblos más civilizados, y sin opacar su posición, niega cualquier afinidad con los indígenas encontrados por los españoles en el territorio venezolano, debido a su “evolución religiosa”.  

 

Posteriormente, “Noticia sobre los caribes de los llanos de Barcelona” (dos versiones publicadas, 1918 y 1923, confer 1956:395) va a cruzar los datos obtenidos en el campo con diferentes fuentes disponibles. Se trata de una detallada descripción etnográfica del pueblo indígena Kari’ña; sustentada por un estilo expositivo o escritura etnográfica que encontraremos, ulteriormente, en la obra “Datos etnográficos de Venezuela”, la cual vendría a constituirse (sin perder el sentido de la escala y la proporcionalidad) en un antecedente regional del “Handbook of South American Indians”, editado por Julian H. Steward (1948).

 

Retomando lo expuesto, la Etnografía patria encuentra en “Datos etnográficos de Venezuela” uno de sus soportes fundamentales. Una revisión somera del llamado índice tipográfico de la obra nos proporciona un repertorio de 76 entradas temáticas. Encabezado por nomenclatura (exónimos y autónimos); seguido de distribución geográfica; caracteres físicos; impasibilidad; osteometría y deformaciones congénitas hasta superstición; cronometría, numeración; lenguas; petroglifos y estado actual. Revelando un singular compendio de elementos de la antropología física o de la etnografía y etnología sensu lato.

 

Por otra parte, sus otras obras mayores, el “Glosario de voces indígenas de Venezuela” (original de 1922; vol. I, 1953) y los “Glosarios del bajo español en Venezuela”; primera y segunda parte (vol. II, 1954 y III, 1955 respectivamente). Van a establecer el basamento de tal empeño patriótico.

 

La lexicografía venezolana como tema y objeto

De acuerdo a Pérez Hernández (1992), la obra lexicográfica de Lisandro Alvarado es el inicio de la lexicografía moderna en Venezuela. Al manifestar un auténtico plan de estudios lingüísticos y lexicográficos del habla en Venezuela; fundado en gran medida en la recolección bibliográfica exhaustiva y de campo. Para ello formula tres etapas: la primera, es el estudio del léxico indígena usual. La segunda corresponde al léxico coloquial y una última, es la elaboración de un esquema de las peculiaridades fonéticas presentes en el español del país.

 

Estas etapas fueron cumplidas y para su tiempo, exponiendo ciertas cualidades valoradas en el quehacer científico: claridad en el trabajo lexicográfico; uso de una metodología consistente desde el momento de la recolección hasta la redacción; la sucesiva presentación de los resultados y una sistemática interna de las obras (Pérez Hernández, 1992: 148). 

 

Si reconocemos a los diccionarios y en este caso, los glosarios, como objetos culturales. Es decir, artefactos ideologizados que revelan una determinada y condicionada visión de las realidades que pretenden describir. Y por otro lado, los describimos como una producción fuertemente cargada de informaciones históricas, sociológicas, ideológicas y etnográficas no siempre evidentes y exteriorizadas en una representación de las actitudes mentales de un grupo humano en un tiempo determinado (Pérez Hernández, 2000).

 

En un sentido amplio, la lectura de los “Glosarios” bajo la perspectiva arriba señalada, ya ha arrojado algunos indicios sobre aspectos como los criterios de recolección de datos o la exclusión de voces de uso restringido por costumbres sociales (denominadas voces tabuizadas). Revelando, de esta manera, cierta discrecionalidad y limitaciones que se establecen en el trabajo científico y que son procuradas frente a las convenciones de la sociedad. Siendo en algunos casos, reflejadas y reforzadas por la misma práctica del investigador.

 

Hallamos en lo anteriormente expuesto, el propósito latente de L. Alvarado de construir las raíces históricas de la nación venezolana, apreciando, desde su singular posición, el lugar primordial que ocupan los pueblos indígenas y su significativa presencia (en el pasado y el presente) para la configuración social y cultural del país y en tanto podemos reconocerla como un proceso civilizatorio, en el sentido dado por M. Sanoja (2006).

 

Es posible que, en un futuro, logremos indagar con mayor profundidad y pertinencia la obra de Lisandro Alvarado en virtud que, los “Datos etnográficos de Venezuela” han de leerse a la luz de la antropología venezolana contemporánea. Su revisión exhaustiva podría señalar los mecanismos y los obstáculos que presenta la práctica antropológica y permitirá constatar el valor heurístico de Etnografía patria desde la noción de “construcción de la nación”. -


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Referencias bibliográficas

 


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